martes, 1 de junio de 2010

Breve Reseña de un Cuadro


Heme aquí, sentado en mi obscura y calurosa esquina del bar bebiendo mi amargura, brindando a solas por la desgracia, escoltado de decepción, cobijado con las paredes tapizadas en vino a rayas verticales doradas y rotas, el moho florece como único rastro de vida en el lugar, mierda el calor es insoportable.

Recorro el lugar con una mirada, ni por un instante caigo en cuenta que busco algo que perdí, sin embargo prosigo la mirada con cierta preocupación, echo un vistazo al escaso horizonte que distingue un universo limitado a seis mesas redondas, ásperas y rojas víctimas del óxido, cada una cuenta con un par de sillas blancas, altas e incómodas, con excepción de mi butaca que dicha comodidad opacó de mi mente la superficialidad del pigmento, por el lugar se extiende una mixtura uniforme de idiotas carcajeándose, hablando de rutina y ruido, explican nada refiriéndose como un todo, escupiendo mierda y bebiendo odio, regocijándose de un falso estado que brinda el alcohol, cogen del cigarro como entes de amplio mundo, inhalan humo, exhalan libertad, exhalan vida, dicho acto cíclico-vicioso nubla el lugar… consume el tiempo, borra sueños, opaca mentes.

Es mi turno, –como un cerdo revolcándose en podredumbre- subo a la pequeña tarima no mayor a cuatro metros cuadrados, despojo de su velo obscuro y frío –similar a un ataúd- a mi bella compañía. Comienzo con traspiés básicos, me siento como un idiota, pero al escaso tiempo nos fundimos en melodía, danza erótica del constante rozar de mis dedos y tu cabello metálico que a pesar de los años sigue rememorando el ayer como un imperecedero presente, una imagen perpetua de frescura, inmortalizando los malos momentos, los peores períodos, cagándome en cada imbécil que atrevió a tocarte, hablar en contra tuya y dejarte en pos, mierda, eres vida pero me nutres como la muerte.

Suena, y sin dejar de Sonar mis ojos repetidamente se elevan, descienden, buscan aquello que perdí. Una vez más, no encuentran (acto insigne), retorno el mirar a ti mi bella de cabellos dorados, retomo las riendas que enmarcan la realidad que me ha sido otorgada, sin interrumpir el acto sonoro, puro, en el cual estamos inmersos -y a pesar de ser tan estudiado- genera sorpresa a cada instante del presente, es en sí mismo éste acto de amor, un fin que comienza y culmina en él.

Entonces extasiado vuelco la mirada al obscuro panorama ennegrecido, difuso, sucio por el nefasto humo del tabaco es cuando ocurre, entras con la frescura de aquella primera vez, arropada con blusa de algodón a mangas largas -ignoro el color- pantalón de mezclilla apretado, deslavado y con una abertura a la altura de la rodilla izquierda. Al parecer estos veintiún años cuatro meses y dieciséis días pasaron en vano, me cago en el jodido tiempo pues lo único que pudo cambiar es el calzado casual por este par de asquerosos tacones, tras tu inmaculada entrada hace acto de presencia el más grande imbécil que las circunstancias me pudieren exponer, una cagada de magnitudes épicas que superó mi imaginación y de paso el repertorio de cánones establecidos incluso por dios, me resultaría más fácil dibujarlo sobre una rebanada de jitomate verde, que describirlo con palabras.

El silencio general se manifestó en este pequeño salón que bien podría fungir como culo del mundo, nadie, ni el pedazo de mierda andante fue tan atento a tu entrada como lo fui yo, el colapso en sudor no contuvo y una vez empapado en él, la decrépita mirada ambulante, pasajera e indefinida, encontró lo que buscaba, en un falso baño de euforia gritaba y emitía señales tan intensas a la memoria que se plantó en una nueva realidad, ésta detonó en una saciedad de sentimientos encontrados, colisionando y emanando grandes cantidades de energía incontenible, misma que encontró un medio conductor a través de mis dedos a la guitarra, el resto es historia.

Un año dos meses y doce días me bastaron para llegar a la conclusión que aquel encuentro no fue acto fortuito, al contrario el destino me escupió en la cara tan efímeramente que aquella noche me vi obligado a sucumbir, desplomar y mandar a la mierda veintitantos años. Culminé mi acto musical que constaba de siente canciones -número impar el cual detesto-, al parecer mi interpretación solía ser tan mala como antes, una vez concluida no se escuchó un solo aplauso, tomé mi silla de ruedas y emprendí rumbo hacia mi mesa, el solitario rincón que fue honesto conmigo todos los viernes durante los últimos seis años hasta hoy. Para mi sorpresa ahí estaba sentado el reluciente pedazo de cagada inmensa, retorciéndose en la calidez y comodidad del asiento que conquisté en base a humillaciones, historia y talento. Ahí con sus nalgas sudorosas y mal olientes ocupaba el lugar que física y momentáneamente deberían corresponder a mi humanidad –deseaba entonces que este jodido tuviere mi suerte-, giré mi cabeza con dirección hacia ti, esperando un auxilio, no solo no me reconociste, una vez más me miraste desde arriba con ese desprecio clásico de ti. Tus ojos opacos y mas cansados que de costumbre gritaron en silencio “lárgate”, efectivamente lo hice, retrocedí medio metro, di medio giro y avancé, recorrí las mesas hasta el frente y después conduje a la izquierda, me senté en la única mesa desocupada del orbe, lamentablemente tenía una preciosa panorámica al escenario y a mi ahora ex lugar (fiel durante seis años hasta hoy), sobre el escenario tocaba una despampanante rubia desnuda, vestida de una hermosura virginal, sin un solo bello en su cuerpo, joven y de ojos tan claros, casi transparentes donde era posible mirar el alma, esa bendita revelación aclaró mi cabeza cual mazo golpea una cucaracha y desparrama vísceras marrones. Comprendí que el público en realidad no detestaba mi manera tan poco deslumbrante de tocar, simplemente la ignoraba y durante estos seis años desconocían que había tocado para ellos, fui sombra a medio día, una tela de ilusión, desde entonces para elevar el nivel de mi presentación tomé una decisión que resultó la más inteligente en mi vida, el ideal consistía en incluir a la rubia despampanante desnuda en mi acto, una vez que le invité, flaqueó -aun no sé si por lástima o por convicción propia, pero sucumbió-, subíamos al escenario mientras lo único que hacíamos era tener sexo –el mejor- mientras las guitarras funcionaban como simples adornos, simulábamos que tocábamos con el entusiasmo de antes, claro, sin tocar las gloriosas guitarras, suponíamos que nos amábamos, teníamos sexo mientras sonaba una asquerosa grabación con las mismas siete canciones que interpreté todos los viernes durante seis años, con la rubia a mi lado, concluimos cada presentación durante un año dos meses y cinco días en medianía de un baño caliente de aplausos, sólo la primera vez lloré de felicidad pues era un sueño realizado… ¡Mierda! nunca supe el nombre de la chica con el cual manche el nombre y acto del amor.

Después de ver el acto donde tocaba la rubia regresé la vista a mi ex mesa, lamías su lengua asquerosa y porosa con tanta furia que acariciaba cómodamente lo grotesco, la saliva amarillenta germinaba como una potente cascada que bajaba y culminaba en tus senos -me di el tiempo suficiente para contemplarlos-. Un poco alterado con la curva perfectamente trazada de tus pechos manchados en baba y cagada, esas benditas mamas insatisfechas que manifestaban deseo y escases… involuntariamente, motivado mayoritariamente por el instinto de una bestia tomé un cigarro de la mesa y fume, poco a poco me elevé a una sensación sin precedentes, pues por primera vez a pesar de la incapacidad que me acongojaba volaba libre, como un ave, adicto fumé un poco más, la memoria se hizo humo, es decir, se evaporó. Bebí como nunca, (nunca antes había tomado) poco importó, era tiempo de gozo, después de mucho tiempo había topado con aquella ruta de curvas que terminó por accidentarme y matarme, la vida erigió una recapitulación minuciosa y detallada de hechos paradójicos que retan incluso a las leyes lógicas, naturales, justificado con el argumento de “dos siempres distintos”. Habitaba un vacío, una realidad que estaba bajo mi tutela. La ruta de la vida me llevo al pasado y una vez alcanzado renací, desperté de un parpadeo que había perdurado por veintiún años cuatro meses y dieciséis días, mismo paréntesis en mi vida donde hice labor similar a un trozo de carne que nadie consumió, cocinado con el fuego de los años, pudriéndome lentamente en soledad mientras gusanos surgían de mí, se saciaban de podredumbre con tanta precocidad que dibujaban un infierno caótico, una vez alimentados morían y alimentaban a nuevos gusanos cada vez más repugnantes como mugrientos, el círculo vicioso concluyó con este cigarrillo. Una vez más, extasiado al límite fluí por el aire, comencé por volar hacía el lugar donde preparaban las bebidas, quebranté tantas botellas que no existían tantos números para cuantificar, pronto el lugar estaba tapizado en su diminuto horizonte por vidrios, sangre y una muy tenue luz, los gritos de terror que emanaban de ese lugar eran tan pavorosos como el pedazo de cagada posando a tu lado.

A los pocos minutos transcurridos (en la realidad común), que en mi mente perdida fue un viaje de semanas a un lugar que no tenía caso, los idiotas, pelmazos, mediocres del lugar se habían marchado, y no existió otro terreno con mas armonía, pues figuraba aire libre de prejuicio, ausente de tabaco, libre de alcohol, los vagos ecos de superficiales conceptos de todo y nada terminaron por colapsar en sí mismos, todo se fue a la mierda con excepción de las seis mesas sus sillas y cinco personas, incluyendo a ti, el mierda gigante, la rubia despampanante y un idiota que acabé por asesinar entre tanta colisión de botellas –ahora en profunda reflexión, concluí que era el dueño del lugar- lo supuse porque después de esa noche jamás le volví a ver, era un buen humano, no tan corroído como el entorno. Sin más opción me adjudiqué el mando de este borde del mundo, lugar y tiempos colapsados, escenario condenado al olvido donde siempre era viernes y nunca amanecía.

El cigarro que consumí fue no solo esteroide para el alma, brindó una fuerza descomunal y fue necesario que el llanto ahogado de terror que emanaba de tus colapsados pulmones sirvieran como una coma entre la más bella golpiza que jamás proporcioné a un ser vivo, después de un intervalo determinado solo blandía y arremetía contra un cráneo reducido a un montón de trozos que se confundían los fragmentos de vidrio en el suelo, la temperatura de la sangre era la normal, 37° C, por lo que mi lógica indicó que todo estaba en orden, giré mi cabeza a la izquierda y te miré, lucías preciosa con tu ropaje ahora teñido en rojo, como si lo hubieses lavado en sangre y pecado, nunca te vi más hermosa.

Unos segundos después del suceso accidental, donde a sangre fría asesiné al pedazo de cagada, (y digo accidental, porque en ningún instante fue mi intención asesinarlo con tanta prontitud). En fin, la mierda nunca regresa al culo… nos miramos fijamente, sólo que esta vez ya no existía desprecio en tu mirada, ni crueldad, parece que un poco de gran violencia es suficiente para erradicar el ego del alma, ahora existía respeto, infundido claramente por el miedo, la rubia hermosa apartó su presencia en silencio, subió una vez más al escenario, tocó con mi guitarra la canción más relajante de la noche. La canción aunada al cigarrillo que había consumido con anterioridad fue un catalizador de emociones, con mis brazos parcialmente empapados de sangre, por los cuales escurrían trozos de sesos te abracé, no parpadeaste en ocho minutos, pasé mi boca por tu cuello que desprendía un olor a fragancia económica, pero exquisita. Comencé a besarlo con tanta fuerza y prisa que prontamente me embriagué de tu seductora como perfumada piel almendrada arrancando pedazos de ella, entonces recordé que todo este tiempo, (veintiún años, cuatro meses y dieciséis días), no hice otra cosa que buscar tu corazón, el principio de la vida, el final de la misma, metáfora de amor. El exceso, la ausencia de límites el poder ganado en base al temor que orgullosamente nombro libertinaje llevaron mi instinto a consumir eso que deseé, tu corazón. A base de sutiles mordiscos agrieté tu seco pecho, justo en el centro de tus hermosos y ya mencionados senos hice una llaga tan precisa que podría autoproclamarse una auténtica obra de arte, no soy su autor, habito un vacío. Arranco ese codiciado tesoro, lo abrazo con mis fatigadas manos, el suspenso flota ligero y pasea silencioso por entre nosotros, al final es una situación chusca, sólo me llevó ocho minutos dar con tu corazón, de haber conocido el método con anterioridad lo habría aplicado hace veintiún años, cuatro meses y dieciséis días, ¡mierda! Carcajeé dos horas seguidas.

Se llamaba Luisa, como yo, pero con “a” al final.

En ese lugar, después de este trágico accidente donde asesiné con prontitud al pedazo de cagada, pedí a la rubia que se uniera a mi acto, accedió. Los mismos dos clientes posaron tranquilamente por un año dos meses y cinco días, uno con la cabeza regada por todas partes excepto su lugar original, otra prestaba tanta atención al escenario que no parpadeaba, permanecían quietos en la vieja esquina obscura, tapizada en vino con franjas doradas rotas y embarradas en moho donde yo solía sentarme, juraría que aplaudieron en cada presentación.

Heme aquí, en este lecho de muerte donde escribo mis memorias, irónicamente no me es posible encontrar en ellas un solo momento tan feliz como el que comparto con mi silla cuyo pigmento desconozco, mis dos viejos clientes y mi bella guitarra. Quizá el aprendizaje en mi vida ha resultado escaso, pero encontré mi profunda alegría en conceptos simples, asesinar crudamente cagadas gigantes, llenar la mente de humo, esto con el fin de nublar una visión más clara, soltar el sentimiento obsesivo denominado amor, devorar un corazón corroído, ahora me baño desnudo con la mítica y casi divina felicidad, simplemente olvido.

No volveré a salir de esta esquina pues permanezco convencido del equilibrio que brinda la tenuidad de las cosas, un lugar de olvido adecuado, alejado de la abundante como denigrante obscuridad y la tan egocéntrica luz, ambos extremos ciegan, se transforman así en dos puntos alejados de la medianía, por lo tanto iguales equivalentes en función y parámetro. En un año, dos meses y siete días, he comido solo un cuerpo de los tres fallecidos que quedaron hace un año dos meses y siete días, por el estado de la carne no me preocupo, pues la carne humana posee una sola cualidad, nace yace y muere podrida, por lo tanto su sabor permanece constante .

Te amo mi bella guitarra.