domingo, 19 de febrero de 2017

La Gracia de la Esencia



La realidad humana que habitamos suele ser un universo compuesto, complejo y fragmentado en realidades particulares; basta imaginar a la realidad que percibimos como un conjunto subdividido (quizá hasta el infinito) en minúsculas secciones, cada parte de este coctel estaría representado por todas las suposiciones basadas en fenomenologías o experiencias previas que se desenvuelven en el contexto real mayor. Es decir, cada realidad que como individuos formamos, nutre a un conjunto supremo de realidades pero no a la realidad o existencia en sí, ya que es tan basta y descomunal que nuestra "realidad de artificio" resulta una plataforma insostenible para albergar a aquello que nos trasciende…



…Quizá no sea una regla absoluta, pero a veces lo más simple explica (o se acerca más) a la representación fidedigna de lo real…


…Lo anterior es sólo un argumento para explicar algo fundamental (pero no tan rebuscado) en mi vida. Resulta que durante el tiempo que he dedicado libremente a la fotografía y pintura (poco más de veintitrés años en la pintura y diez a la fotografía), he podido notar algunas características (subconscientes) frecuentes en las obras creadas desde el principio hasta el día de hoy: La soledad, la melancolía y en general, la ausencia de color.


Explicaré (probablemente) en otros tiempos por qué centrarme en la melancolía o la soledad, pero hoy me detendré a revelar el porqué de la ausencia del color; una realidad parida de la distorsión y enfocada a la interpretación.


Como bien sabemos, nuestro espectro visible resulta de fragmentar la luz blanca en pequeñas gamas de colores. Al ser alcanzado por nuestros sentidos y nuestra particular realidad, se dota de aspectos psicológicos y/o, espirituales al color, y reflejamos con nuestra mente espejos así como escenarios que posiblemente trataban de comunicar otra o ninguna esencia, matices que simplemente existían sin sustentar argumento mayor. Otorgar significado a algo que no lo posee es inflar su naturaleza y errar.
Pero si se erradica el color (la realidad fragmentada e inverosímil) del cuadro final, queda expuesta únicamente la luz (la realidad antes de lo subjetivo), desnuda y frágil para centrar la atención a los dos primeros elementos que adoro enmarcar; la soledad y melancolía.


Eso explica de un modo muy simple el blanco, el negro y los grises en mi vida y su acción (en mi realidad) al transmutar la “realidad fragmentada” en algo simple y demográfico, de libre entendimiento que no merme la gracia de lo creado. Obviamente el color brinda mucha fuerza a cuadros en particular, pero como eje de obra y piedra angular de mis creaciones es más un lujo que esencia.

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